Turner

Cada mañana abría la ventana permitiendo que la luz entrara e irradiara la estancia. Apoyaba su espalda en la pared y dejaba que los rayos del sol iluminaran su cara durante unos minutos, luego respiraba profundamente y el frio de la calle se alojaba en sus pulmones. Nada era mejor que ese instante.
Luego, palpando la pared la luz desaparecía pausadamente.



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