
Hace unas semanas alguien me contó que estaba volviendo a ver películas míticas de los 80: Los Goonies, El vuelo del navegante... Por el entusiasmo con que citaba los títulos, era obvio que buscaba recuperar las emociones que le produjeron de pequeño. Pero eso, claro está, es imposible. Ya no eres el niño del pasado que vio en un cine Regreso al futuro; miras de nuevo las cintas que te marcaron con otros ojos, especialmente si te has convertido en un cinéfilo.
Recientemente, por ejemplo, volví a ver Karate Kid y mis ojos se iban hacia Elisabeth Shue.
!Elisabeth Shue estaba ahí, era la novia de Daniel Larusso! También fue la chica de Marty McFly en las dos secuelas de Back to the future, pero yo no me di cuenta de que existía como actriz hasta que interpretó a la prostituta de Leaving las Vegas ¿Cómo ignorarla en ese papel? Imposible. Y no lo digo sólo por la poca ropa que llevaba encima la mayor parte del metraje. Recuerdo ahora mismo la escena en que Ben y Sera, abrazados en una tumbona al borde de la piscina, ven juntos El tercer hombre. Ben confiesa sentirse muy a gusto y no es para menos: al placer de revisar un clásico imperecedero a la luz de la luna, se une el placer de verlo con otros ojos al lado, los preciosos ojos tristes de Elisabeth Shue.
Mirar las películas con otros ojos, en el sentido de revisarlas cuando ya no somos ni por asomo el crío al que dejaron impactado. Y sobre todo, en el sentido de verlas acompañado por alguien a quien quieres. Gilmour, ante el fracaso evidente de su hijo Jesse en los estudios, le propone algo insólito: dejar el instituto a cambio de una sesión diaria de cine en casa. Como es comprensible, el chaval acepta, y así, tres veces a la semana, sorprendentemente liberado de sus obligaciones escolares, mira películas con los ojos de su padre: su padre las mira con él y de paso le proporciona una información adicional que condiciona su mirada. Fíjate en la pícara sonrisa espontánea de Jean-Pierre Léaud en Los cuatrocientos golpes cuando la psiquiatra le habla de sexo; fíjate en Brando poniéndose el guante de Eva Marie Saint en La ley del silencio; fíjate en cómo cambia de tamaño la escalera de Encadenados para aumentar el suspense; fíjate en la increíble fotogenia de Audrey Hepburn en Vacaciones en Roma; en el uso expresivo de las vías vacías en Sólo ante el peligro...
Envejecer como espectador de cine es triste; te vuelves demasiado consciente, sabes que no volverás a experimentar el cine como en tus primeros años, con la misma absorbente intensidad.
Dolovatti