
Un puñado de películas se rodó en los años 80 en España. Al margen de tediosas cuestiones políticas como las subvenciones, creación de nuevas y a veces efímeras productoras, en la citada década se consolidaron algunos directores, muchos de ellos representantes y transmisores de la sociedad, que nos presentaron, con naturalidad, una nueva forma de hacer cine. Viejos tabúes, expuestos con frescura en las pantallas, eran tratados y moldeados desde una perspectiva diferente.
En el cine, siempre en crisis, siempre lleno, se podían ver títulos de dudosa calidad, sugerentes historia que se ahogaban a los diez minutos, largos y trascendentes diálogos sobre el espíritu humano, sexo, tabaco, moda, Nueva York, botellines de cerveza, milana bonita…
Desde nuestras butacas mirábamos a Gabino Diego Ángela Molina, Antonio Resines, Patricia Adriani, Maribel Verdú, Óscar Ladoire, Silvia Munt, Jorge Sanz, tan de cerca que nos parecían colegas, amigos o compañeros de faena. No eran héroes como aquellos actores de los 40 o 50 a los que hubiéramos ayudado sin pensarlo de morir arrollados por un tren. Los actores de los 80 no eran casi ni villanos, eran tan solo proyecciones del espíritu de la época que pendoneaban por nuestras vidas 90 minutos a la semana.
El cine español de los 80, como la música, y salvo algunas excepciones, era muchas veces un cine urbano, tenia un cierto toque, salvo algunas excepciones, y visto desde la distancia, casi entrañable. Los argumentos eran asequibles, y la identificación con el personaje, gracias a situaciones familiares para el espectador, era fácil.
OPERA PRIMA, BAJARSE AL MORO, MUJERES AL BORDE DE UN ATAQUE DE NERVIOS, AMANECE QUE NO ES POCO, LA LINEA DEL CIELO… fueron títulos que, sin demasiado ruido, iluminaron aquella época, cada una de ellos fueron 90 minutos de amigos. Fueron prólogos de juerga nocturna, con o sin resaca, con o sin dinero, con Dyc o Larios, de luces y de sombras… de momentos, como nos dijo Nacha pop, que vuelven y nunca se pierden.