Mercedes.



Una Historia de Filadelfia de 1940 nos recordaba que hubo un poeta chino que se ahogó al querer besar la luna en el río.

En ese mismo instante, la misma luna, solitaria y cercana que quiso atrapar James Stewart con un lazo, iluminó. en Aranjuez, cada nota del maestro Rodrigo mientras decoraba la vida con corcheas.

Y esa misma luna, redonda y palpable aluzó el paso final de Scott Fitzgerald mientras escribía fin en su última página,

Y ella, pudorosa y delicada en el firmamento vió nacer en ese mismo segundo la mano del poeta que describiera la montaña del alma.

La misma luna, paciente y escondida, misteriosa, mágica, media luna, luna nueva, la misma luna, en mayo, que derramó su brillo sobre el río confundiendo al poeta chino meció por primera vez tu rostro.

Y Luego tus pies se posaron, y corrieron pequeñas distancias sobre tierra mojada por el atlántico. Y luego tus brazos, ágiles, siempre veloces rompieron cada molécula de agua verde y azul, y tu cuerpo siempre delfín bajo el sol de Tenerife dejó una estela que contemplan aún, inquietas, las gaviotas en su vuelo.

Y con la luna, la misma luna que ocultó el almendro aquella noche, deshojaste la margarita, y con él, amaste con toda tus fuerzas, y con él tu rostro al aire en velero con lona blanca sonreíste a la vida, y ella, mientras, apagó algunas velas en la noche y tus lágrimas descubrieron, centelleando sobre tu rostro, lugares desconocidos de tu alma.

Pero la luna, ahora, siempre compañera, siempre testigo de tus quiebros, abrazó en su reflejo tu sombra y tu, cobijada junto a ella ,intentas escrutar misteriosos archivos repletos de megas, intentas atrapar voces anónimas que resuenan en didácticas aulas y luego retumban, en la noche oscura, mientras tratas de seducir las horas hasta el alba y con ella la tregua, y con ella el sol, y salvado el escollo amaneces con setenta mayos, con mil besos y con una luna, compañera, amiga, que te meció al nacer.


vm