Un restaurante llamado tartan

Cuando nos sentamos a la mesa y levantamos la servilleta para deslizarla y posarla sobre nuestra pierna derecha, lo primero que nos viene a la cabeza son las palabras que se han escuchado generación tras generación y como si de una ceremonia se tratase todos hemos pronunciado:

.- ¿Qué hay de cenar mama?

Y es que en Tartán, sentarse a la mesa, es sentarse en casa a cenar.

El primer requisito para disfrutar, aconsejo, es dejarse seducir por el ambiente, el decorado, el exquisito recibimiento, y la cerveza fría.

Una vez pasado el primer trámite en el que husmeamos el entorno, el vestuario de los camareros y las plantas que decoran las desiguales mesas, un reconfortante cojín, que acomoda nuestra espalda, nos invita a indagar en una rigurosa, cuidada y optimista carta que no especula con el buen hacer ni con la calidad, según pude comprobar al final de la velada.

Pero no debemos preocuparnos en exceso, aconsejo nuevamente, por la elección del menú. Dejemos las cavilaciones y combinaciones proteínicas aparte y optemos por el festín culinario que el Magnífico Chef Javier Muñoz Calero, con experta sutileza haya preparado ese día como menú. Y si así elegimos, la comida sobre la mesa en curiosas y originales fuentes de servicio se irán desplegando sobre el tartán como un singular ejercito gastronómico.

Un excelente vino, la compañía que prefiramos y un cremoso helado donde hundir, como decía Audrey Hepburn, la cuchara hasta las yemas de los dedos, será el final de una noche inolvidable.

Felicidades Javi.
(vm)



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